mardi 29 mars 2016

El perro del escritor

Andrés había pasado algún tiempo tratando de imaginarse a un escritor y seguramente había llegado a plasmarse aquel esfuerzo imaginativo en una figura muy romántica. Pero por qué se empeñó en representarse el perro de dicho escritor. Nunca nadie había ido tan lejos. Lo primero era ya por sí suficientemente absurdo cuando se sabe cuantos escritores hay de por el mundo y cuanto distinto pueden ser los unos de los otros.

Sin embargo, Andrés a su escritor lo veía claramente con los ojos de la imaginación. Estaba de confereciante en la biblioteca de su barrio donde ya había visto a tantos. Se llamaba Julio. Bueno, así lo llamaba la mujer de pelo rubio y ojos azules que le hacía preguntas de forma muy informal, tuteándolo, como si fueran amigos de la infancia.

- Julio, le decía, puedes decirnos cómo le vino el argumento de su última novela.

Julio, que difícilmente se mantenía quieto en la silla colocada sobre la tarima justo en frente de un público, aunque escaso y de pelo cano, muy atento, o, muy dormido, no pudo evitar un sobresalto que le vino como un hipo y le hizo levantar la cabeza y por poco tiempo enderezar el encorvado cuerpo. Ya le había sorprendido que lo llamaran a él. Se habría desistido el novelista de turno y la rubia oxigenada no estaba al tanto. Tampoco le gustaba que se le tuteara, pero que se le iba a hacer.

- Cristina, le dijo Julio, te refieres a Piensáselo usted bien.
- Sí Julio, sí.

Cristina no tenía la menor idea de lo que pudiera haber escrito Julio. Es que solía oficiar de bibliotecaria y sólo de lejos en lejos presentaba a escritores por pura afición y también porque era una solterona. Quien sabe si ella, igual que Andrés, no se había hecho una idea romántica de los escritores. Si sólo tenía escrito Julio algunos microrrelatos y unas que otras poesías sin mayor relevancia. Pero de memoria de bibliotecaria no se encontraba nigún microrrelato en la biblioteca del barrio. Se estaba instalando un pesado silencio dentro del ámbito cerrado de la biblioteca que esta vez no se debía solo al peso de los volúmenes que encerraba dicha biblioteca y a la orden de guardar silencio que solía imponerse en estos altos lugares de la cultura. 

Fue entonces cuando se oyó el primer ladrido. Nadie se había percatado de la presencia insólita en aquellos santos parajes, donde cualquiera presencia animal estaba categóricamente prohibida, de un perrito. Estaba metido entre las piernas de su amo que no era menos que el invitado escritor. Julio se había negado en venir sin su perrito. Todos iban entonces a conocer el perro del escritor. Con risa de conejo la rubia oxigenada se atrevio a romper el hielo.

- Ya tenemos el argumento de su próxima novela
- microrrelato, rectificó Julio
- microrrelato, acabó diciendo Cristina con un rictus de amargura.

Pero no se llegó a oírla, el perrito ladraba como un demonio en el sanctuario de la cultura. Tuvo que acortarse la prestación de su amo. Para que la pobre Cristina no se deshiciera en excusas dijo Julio que lo podía entender muy bien, que era natural y, como de broma, que sí, que era muy natural que durase su prestación menos que la de un novelista, lo mismo que sus microrrelatos duraban menos que una novela.

Andrés estaba contento. Había pasado algún tiempo imaginando a un escritor y también tratando de representarse a su perro. En fin, lo había conseguido. Pero todavía no se explicaba por qué también a su perro. Andrés apagó el ordenador y se preparó a salir pero antes ... puntos suspensivos ... antes ... llamó a su perro, se llamaba Eliot y era un yorkshire ladrador, como todos estos malditos perritos.

Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire