Miran al espejo, miran a sus músculos, vuelven a mirar al espejo, vuelven a mirar a sus músculos. Parece que tardan en constatar que lo que ven en el espejo son sus propios músculos, parece que están como un perro ante su reflejo. Pero no, nada de eso, que muy bien sabemos de que sufren, de un mal inherente al hombre llamado narcisismo. Nada inquietante. Todo lo contrario: van tranquilizándose conforme ven lo bien que responden los músculos a sus diversas solicitaciones. Se establece entre ellos y sus músculos como un juego amoroso, casí erótico, cuyo espejo es testigo: se contrae, se relaja; se pone tenso, se afloja. La sangre acude a sus amorosas llamadas, se ponen colorados, rojos, sudorosos, repiten con miembro viril varonil movimiento, respiran a fondo, sienten cansancio, quizá gozan del último esfuerzo como del coito, interrumpido sí, pero un minuto no más, que en seguida se recuperan y reanudan con el acto carnal: no acto de contrición porque sufren sino de contracción porque gozan.
De ellos todo se dice, todo y su contrario: que son potentes, que son impotentes, vaya uno a saber.
Muy bueno. Bien visto: "De ellos todo se dice: que son potentes, que son impotentes".
RépondreSupprimer