jeudi 12 mai 2016

El curioso lector

<<Cuando el libro cae con su lector entonces ocurre la emoción singular llamada belleza>>. Algo así escribió J.L Borges. La belleza, el arte, el arte por el arte, la literatura dentro de la literatura, todas estas cosas eran las que no le gustaban ver en Borges. Pero estaba de acuerdo con lo de la emoción singular. No sólo porque procediera del arte sino más bien porque atañía a la vida misma. Y no la de cualquiera sino a su propia vida.

El siempre se había buscado la vida en los libros. Igual que los demás se la van buscando en el mundo. No es, como se suele pensar, que los libros trataran de la vida en general pero, como él se lo creía, de unas vidas en particular y créalo quien quiera: más de una vez se encontró con su misma vida escrita en letras de molde. A quien se lo tomase por tonto decía: si la ley se dirige a todos un escritor se dirige personalmente a cada uno en su alma y conciencia. Y seguía diciendo que él no era uno de estos lectores cobardes que siempre piensan que el autor se dirige a otro. Y cómo se podía evitar que algún libro caiga un día o una noche sobre su lector cuando se sabe el número de libros que se amontonan en librerías y bibliotecas. Más de una vez tiene que haber ocurrido y seguira ocurriendo, no le cabía la menor duda acerca de ello. Y, proseguía, puede dañarle o despertarle o espabilarle a uno pero no dejarle indiferente. Que si no acontecería de vez en cuando a que serviría buscarse un libro, que buscarse un libro era como buscarse la vida, no sólo la belleza. Si no se sufriría, si no se viviría, sí, estaría entonces de acuerdo con J.L Borges, Borges a quien concedía sin embargo ser el primero en hacer tan personal esta relación entre un libro y su lector. En La grande Librairie hace poco preguntaban a los telespectatores los libros que habían cambiado su vida. ¡Qué burrada! ¡Qué libros! ¡Qué vida! Su vida. Pero no se daban cuenta de que su vida se les escapaba y que sólo entonces se la podían encontrar en los libros donde, aunque no todo, algo se relataba de ella. Que ellos vivían, eso sí. Que los libros contaran luego algo que podía tener algo que ver, de más o menos lejos, con su vida, eso sí. Y que ellos lo supieran si por casualidad cayeran con este libro (este encuentro del libro con su lector del que hablaba Borges), eso sí. Nada más, nada menos.

Ultimamente, para no ir más lejos, le tocó de lleno un relato de Hemingway. Cuando le cayó encima le pilló desprevenido como suele ocurrir en la vida. Fue un golpe breve y seco, el relato no pasaba de las tres páginas. Hemingway tenía punch, mucho punch, con o sin ron. Quedó KO en el acto, en el acto de leerlo, y luego durante muchos días quedó también como borracho, sólo en recordarse aquellas palabras : Se sacrificó tanto, ella que no estaba hecha para ello. Quiero decir que no estaba hecha para tal suerte de sacrificio, para este sacrificio banal e insípido. Cómo le hablaban aquellas palabras;  por cierto no le hablaba Hemingway con miramientos, qué bárbaro este tío. Daba igual que le llamara ella o él pero mucha razón tenía en decir que no estaba preparado para tal sacrificio.

Cuando se conocieron su mujer y él, hubiera dado su vida por ella, no había hazañas que no cumpliera para ella. Bueno, gracias a dios no le pidió ninguna y se quedó él, su don Quijote del alma, todavía con vida, porque al poco tiempo de conocerse enfermó ella. Y ahora cada día que pasaba se le pedía ella este sacrificio banal e insípido. Tal vez la muy lista se sabía de antemano lo que se le podía pedir y lo que no se le podía pedir, quizá se lo sabía ella mejor que Hemingway. Porque, al pensarlo bien, en este sacrificio banal e insípido de cada día que Dios hace, también había una cierta forma de heroísmo, el único heroísmo de que él fuera capaz: no el de don Quijote sino el de Sancho Panza, no el de los hidalgos a caballo sino el de los escuderos de a pie. Un heroísmo sin grandeza, sin exaltación, sin hecho de armas, sin héroe, casi inhumano, casi grotesco, de eso era él capaz y la muy lista se lo sabía desde el principio.

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