- ¿Usted es político?
- ¡Si!
- ¿Y usted hace reformas?
- ¡Si!
- ¡Qué valor!
No dice ni que si ni que no. Solta una carcarjada. Me da una palmada cómplice y me lleva un poco aparte.
- Ven, que te expliqué, novato.
Me lo dice de forma cariñosa, como si fuera yo pariente suyo, o, como si fuera yo para abrazar la carrera de político.
- ¡Mira! cuando hacen reformas los políticos hacen como todos los que están casados y tienen una querida. No quieren, aunque lo pretendan, cambiar de sociedad: sustituir a un antiguo sistema que ya no funciona bien uno nuevo que funcionaría mejor (¿hasta cuándo?). Más bien se quedan con el viejo y algo de novedad van buscando fuera de este sistema tan anticuado.
Y -- me seguía explicando -- todo eso lo van haciendo despacito a despacito, con mucho cuidado, deshaciéndose en precauciones para que no haya ninguna correlación entre los dos, que no pueda uno alterar al otro.
Estaba yo fuera de quicio, no podía aguantar más tanto cinismo que él llamaba estrategia política y acabé lanzando:
- ¿Para qué tantas reformas?
Otra palmada, otra risotada ... Pregúntales tú novato a los casados:
- ¿Para qué tantas queridas?
Como me quedaba sombrío y callado me dijo él con voz alegre: para no divorciar, hombre, para no divorciar. Pero ahora se divorcia, le dije fulminando. Sí, hombre, sí, se divorcia y se vuelve a casar, y se vuelve a tener una querida. Trás la revolución viene la restauración, pero la reforma es la querida de los políticos, no cambia nada, por cierto, pero eso sí que reforma y cómo reforma, uno se siente como nuevo.
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