samedi 23 septembre 2017

La piedra de níquel

¿De dónde vienes? Solía hacerse esta pregunta cuando se encontraba con alguien por primera vez. Tenía para él esta pregunta un significado particular. ¿Cuántas capas de dolor y sufrimiento sedimentato tengo que cruzar para llegar a su ser? ¿Cuánto tardas para llegar a mí? En realidad se preguntaba. Porque, muy bien se sabía, que la persona que tenía delante, como a la superficie de su ser, podía llegar desde muy lejos, y que por muy bella que fuera esta persona, lo más bello, lo más entrañable, era lo más recóndito. Pensaba en la mina de níquel, mina a cielo raso, donde ofrecía la roca su aspecto gris y terco, cubierto de polvo, pero cuando se rompía la piedra y se limpiaba, de súbito podía aparecer una preciosa con venas verdes y capas geológicas muy marcadas. Hizo esta experiencia de niño y no se la olvidó. Llegó a pensar que para las personas podía ocurrir lo mismo. Llegó a representarse a las personas como rocas y lamentaba no poder romperlas para saber si eran bonitas o no, si eran bellas personas. Lo mismo se imaginaría que la misma roca podía experimentar dolor y sufrimiento, que sólo la roca que había sufrido tenía marcas, señales de este dolor y sufrimiento, que eran las venas verdes y las marcadas capas geológicas.


Así, cuando se le presentó Eugenia por primera vez no le preguntó: ¿De dónde vienes? Cómo le iba a preguntar eso. Eugenia dijo que venía de Barcelona, del barrio gótico de Barcelona. Era escritora. Había venido de Barcelona al Instituto Cervantes de Paris para presentar su libro, el último que salía a la imprenta. Pero, bien se sabe ahora que esa no era su pregunta. La miraba. No llegaba a formular ninguna pregunta. Sin embargo, en su forma apresurada de sentarse, en su mirada, en sus piernas de mujer, parecía sentir algo que si venía de Barcelona podía llegar desde más lejos, creía sentir más que ver las señales del dolor y sufrimiento, las venas verdes. Llegó a imaginarse que estas piernas de mujer debajo de la silla, que Eugenia tenía cruzadas, pero que poco se movían y cubiertas por unas medias (no sabía exactamente si eran medias) espesas y blancas, si escondían algún encanto femenino también podían ser las de una persona tullida. No llegó a comprobarlo. Fue como un relámpago. Cualquiera pudiera descartarla de su pensamiento por eso mismo que a él le hizo profundizar en su conocimiento de la Barcelonesa gótica. Tal vez ahí tenía a la piedra de níquel con venas verdes y marcadas capas geológicas.

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