¿De dónde
vienes? Solía hacerse esta pregunta cuando se encontraba con alguien
por primera vez. Tenía para él esta pregunta un significado
particular. ¿Cuántas capas de dolor y sufrimiento sedimentato tengo
que cruzar para llegar a su ser? ¿Cuánto tardas para llegar a mí?
En realidad se preguntaba. Porque, muy bien se sabía, que la persona
que tenía delante, como a la superficie de su ser, podía llegar
desde muy lejos, y que por muy bella que fuera esta persona, lo más
bello, lo más entrañable, era lo más recóndito. Pensaba en la
mina de níquel, mina a cielo raso, donde ofrecía la roca su aspecto
gris y terco, cubierto de polvo, pero cuando se rompía la piedra y se
limpiaba, de súbito podía aparecer una preciosa con venas verdes y
capas geológicas muy marcadas. Hizo esta experiencia de niño y no
se la olvidó. Llegó a pensar que para las personas podía ocurrir lo mismo. Llegó a representarse a las personas como rocas y lamentaba
no poder romperlas para saber si eran bonitas o no, si eran bellas
personas. Lo mismo se imaginaría que la misma roca podía
experimentar dolor y sufrimiento, que sólo la roca que había sufrido
tenía marcas, señales de este dolor y sufrimiento, que eran las
venas verdes y las marcadas capas geológicas.
Así, cuando
se le presentó Eugenia por primera vez no le preguntó: ¿De dónde
vienes? Cómo le iba a preguntar eso. Eugenia dijo que venía de
Barcelona, del barrio gótico de Barcelona. Era escritora. Había
venido de Barcelona al Instituto Cervantes de Paris para presentar su
libro, el último que salía a la imprenta. Pero, bien se sabe ahora
que esa no era su pregunta. La miraba. No llegaba a formular ninguna
pregunta. Sin embargo, en su forma apresurada de sentarse, en su
mirada, en sus piernas de mujer, parecía sentir algo que si venía
de Barcelona podía llegar desde más lejos, creía sentir más que
ver las señales del dolor y sufrimiento, las venas verdes. Llegó a
imaginarse que estas piernas de mujer debajo de la silla, que Eugenia
tenía cruzadas, pero que poco se movían y cubiertas por unas medias
(no sabía exactamente si eran medias) espesas y blancas, si
escondían algún encanto femenino también podían ser las de una
persona tullida. No llegó a comprobarlo. Fue como un relámpago.
Cualquiera pudiera descartarla de su pensamiento por eso mismo que a
él le hizo profundizar en su conocimiento de la Barcelonesa gótica.
Tal vez ahí tenía a la piedra de níquel con venas verdes y marcadas
capas geológicas.
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